jueves, enero 25, 2007

Odas a la Luna

Solía vagar estos bosques solitarios,
meditabundo,
sin mayor compañía que la de mi manada,
errantes,
buscadores de libertad, horizontes y aventuras...

Cada día disfrutaba esperar a que cayese la noche
y nos cubriera con su majestuoso manto
de oscuridad taciturna y perpetua,
llenándonos con su vacío ennegrecido
y con su lecho estelar,
siempre igual de prepotente,
engalanada con su brillo eterno.
En esos momentos decidía separar mi rumbo de los demás y,
siempre en soledad,
dedicarme únicamente a aguardar tu salida,
cada noche,
esperando que tu movimiento menguante cesase
y diera paso al esplendor con que nos deleitabas
de a poco en poco, refulgiendo,
cada vez más imponente ante mis ojos,
yo al borde del desespero, de las ansias,
hasta que al fin llegaba la noche mágica y perfecta,
esa en la que los océanos se mecen sobre su lecho
y alborotan sus aguas, en una sacudida constante,
danzando a tu ritmo,
en un rito de veneración por tu llegada,
nos enviabas el regalo de las mareas,
yo allí, aguardando,
y justo en tu plenitud
te dedicaba un canto salvaje,
el mismo que oías cada noche
al momento de mi dulce caída,
tras el hechizo expelido por la aurora que te circunda
cuando decides esconderte tras las sombras nebulosas.

Durante muchos años he corrido en estampida sobre la bruma,
conduciendo mis instintos, para evitar caer en la tentación,
insistiendo,
igual que la abeja insiste en violar a la flor,
para luego robarle su polen y alguno que otro placer
a fin de confeccionar su dorado tesoro, almíbar de reyes,
y aún insatisfecha,
proceder a insertar alguno que otro aguijonazo
en procura de evitar que manos envidiosas roben lo que ella ha hurtado...

Acostúmbrate luna,
¿Acaso cuándo has sabido de lobo alguno
que deje de llevarte su serenata de aullidos?
¿O de alguno que cese en la persecución de su presa
y caiga rendido ante tu resplandor?
En cambio, entrégate a mis fauces
para que te sea menos doloroso,
permíteme devorarte,
destrozarte la armonía,
y cuando haya acabado
no tendrás que seguir esperando
la vana promesa que te hizo tu dios
de bajar algún día a tierra.
Los dioses, ellos siempre se andan por las nubes,
y si no me crees,
obsérvate tu misma reflejada en las olas.

Puede que yo no sea más que un simple lobo hambriento,
puede que no posea naves intergalácticas de increíbles artefactos
como las de Gagarin o Armstrong,
que me permitan llegar hasta tus aposentos
y navegar tus mares nacarados,
pero puedes apostar con los ojos vendados
que la próxima vez que duelas,
mi aullido despiadado será el canto sempiterno
que te seducirá de una vez y para siempre.

Desde esta orilla del Universo, apartado de mi jauría,
miro a tientas, observando de reojo el vaivén de los siete mares
y no logro hacer que tu reflejo desaparezca,
aunque ya he devorado todas esas aguas con sabor a sal...

3 comentarios:

Destin dijo...

Hay que tener hambre para tragarnos el mundo y hacerlo nuestro.
Saludos mexicanos,

Anónimo dijo...

Es muy bello lo q t delata..y sabs?le tmo al cuerpo sin alma..el miedo m procura x el momnto cr tu amiga aunq no sea loq añoro..tal vz sin buskr tiens loq hallasts en kmbio yo busco loq necesito para podr hallar..pronto hablaremos d ello mi(dulc duende)

Anónimo dijo...

¿Acaso cuándo has sabido de lobo alguno
que deje de llevarte su serenata de aullidos?
¿O de alguno que cese en la persecución de su presa
y caiga rendido ante tu resplandor?

Excelente!!!! magnifico...

Tremenda!!!! sin palabras...

Mis Aplausos... Chapò!!!!