jueves, febrero 15, 2007

Reina de Corazones

En la orilla del peñasco se apoyaban tus últimos alientos,
cansada de vagar y de tragarte las luces iracundas de esas viles calles
que nunca te brindaron su cobijo, ni siquiera palabras de bienvenida,
mientras tu, en la búsqueda infatigable de un respiro sin trazas de uso,
libre del diario trajinar de la cotidiana vida,
seguías estática, sin poder alejarte del bullicio
y de las calamidades de la gran Babilonia.

Tu no lo sabes, pero mientras hacías ese camino,
que amoldaste como si de una masa informe se tratase,
hasta convertirlo en un puente que te llevo hasta este paraje,
yo de lejos te observe, y apunte en las arenas movedizas
las cifras correspondientes al tiempo que te tomo llegar hasta aquí.
En dicho recorrido calcinaste las nieves de los montes
en tu escalada hacia las nubes,
te tumbaste sobre una de ellas y le conferiste dotes de alfombra voladora,
a pesar de no poseer lámparas mágicas
habitadas por genios que complacieran tus deseos.
Luego, te lanzaste por los aires en caída libre,
derritiendo el viento a tu paso,
rasgándolo en mil pedazos hasta enterrarlo entre las dunas
y la vegetación xerófita que amortiguó tu leve paso por sus praderas espinosas.
Más tarde, corriste sobre los lagos, dejando pisadas de fuego entre sus aguas,
y en remolinos, sumergiste vidas pasadas, tristezas interminables,
vidas que no valían la pena.

Furia eterna desatada cabalgando sobre tus espaldas,
entregada a las hordas de vasallos que aclamaban tus logros,
guardaespaldas de tu última gran misión: Desorbitar los planetas a tu paso,
y atrapar las constelaciones en tus redes de telaraña,
para vaciarlas en el rincón más inhóspito de un agujero negro,
y así robarle esa sensación de venganza a la noche.
Quemando palacios de reyes condenados a tu exilio,
cabizbaja ante la adversidad, pero nunca rendida,
empuñaste nuevamente la espada para desangrar las miradas de hipocresía
que no toleraban tu magnanimidad...

Pero nunca te preguntaste cuantos de esos súbditos en realidad te adoraban,
y cuantos otros esperaban solo las lisonjas,
para hacerte resbalar sobre tu generosidad desmedida.
Reina ¿Quieres saber cuanto tiempo ha transcurrido desde entonces?
Ninguno, cada grano de arena permanece aquí apilado,
las agujas del reloj paralizadas,
el sol sigue siendo el mismo de aquel verano,
y tu no te has movido de ese trono, haz permanecido siempre ahí,
al borde del precipicio, soñando sueños de otros,
creyéndote en pieles que no son las tuyas, y yo,
yo siempre intentando alguna maroma,
algún truco que te distraiga de tu letargo,
más este traje de bufón, que alguna vez fue de alegre multicolor,
ya comienza a hacerse harapos.


Suertes van, suertes vienen, yo me conformaría con que fueses real,
Reina petrificada, hecha de sueños, de ilusiones,
mientras tanto pediré otra baraja para ligar una Reina de Corazones.