Caen chuzos que como lanzas han sido atestados,
caricias frías en cada uno de mis costados,
ven fluir la sangre que aúlla a lunas inertes,
aquellas que fueron esclavas y ahora son mis huestes

Mártires del tiempo, hechizadas en noches de verbena,
como mil ciempiés se evaden en cuevas de mi cerebro
las razones que se esconden por temor a las barrenas,
y a las miradas de espejos que causan desconcierto

Túnel, a través de tu cálida oscuridad he aprendido
que hay mil caminos ciegos que nuestros pies deben vagar,
y encontrar no luces, aun menos chispas ni gemidos,
para reconciliarnos con los sueños que algún día han de llegar

Armo, desarmo, reconstruyo en tinieblas mi rompecabezas,
intuyo amaneceres con sus mieles de ansiedad,
doncellas de campo, líquenes, vastos placeres,
dos espíritus en torno, amarrándose a mis sienes

Lidia una batalla, limpia, bella, decorosa,
jóvenes que codician latidos de pecho ajeno,
hoy tus días se están tiñendo de ardiente sol
y mi mirada se asoma a admirar tu crepúsculo bermejo

Camina sobre lagos petrificados, sobre cumbres intrincadas y tumultuosas,
los silentes bosques se corrompen a su paso y vociferan,
corrientes de sinfonías infestadas con sus azores
tocan las puertas de mis oídos y, sin esperar, se hacen amores,
como una algazara de niños risueños, brincan, bailan, juegan,
con su tenaz vitalidad van azotando cada precipicio,
y en la encrucijada de los sentimientos y la razón
cada cuál usa sus herramientas para enredar los intersticios

Mátame si puedes, ahora que la madeja se posa en tu mano,
habla fuerte y sin clemencia el trueno que desde tus ojos desciende,
y ahora que estamos a solas, compartiendo el plenilunio que tanto extraña el inconsciente,
antes del eclipse mátame con tu amor, y si quieres, sepúltame para siempre,
pero nunca exhumes mi recuerdo de la cripta que llevas en tu corazón
o tendré que vagar errante por esos túneles agrios, carentes de canción,
y recorrer tus venas quemándote las ganas, royendo tu memoria, clavándome en tu pellejo,
como una espina madura enconándose en una aciaga flor de pétalos añejos,
mátame eternamente y con tus brazos, abrázame en cruento exilio,
pero nunca más me sueltes, pues de caer, seria el averno mi asilo.